sábado, 29 de enero de 2011

jones_leningrado

Cuando era niño lo único que sabía acerca de la Segunda Guerra Mundial era lo que veía en el cine. Las películas de Hollywood nos contaban los horrores de la guerra desde el punto de vista norteamericano o, en ocasiones, británico. El Día D, la guerra en el Pacífico, Pearl Harbour. Crecí pensando que la guerra era algo casi exclusivo de los americanos, ingleses, alemanes y japoneses.

A medida que fui creciendo, descubrí que el conflicto no era tan simple como el cine condicionado por el patriotismo americano (lógico por otra parte),  la guerra fría y el telón de acero. La Unión Soviética también había luchado y sufrido, y de qué manera.

A poco que uno indague en la historia, se da cuenta de que algunos de los momentos más decisivos y más terribles de la Segunda Guerra Mundial tuvieron lugar en el frente oriental, el ostfront. Stalingrado, Kursk, Moscú… Leningrado.

En Leningrado (San Petersburgo), tuvo lugar uno de los episodios más infames de la Segunda Guerra Mundial. La ciudad fue sitiada durante 872 días. El objetivo era matar a la población de inanición. Dos millones y medio de personas quedaron a merced del hambre, las enfermedades y las bombas que durante cuatro horas al día caían sobre hospitales, colegios, barrios residenciales y fábricas.

Por si eso fuera poco, al asedio nazi, hubo que añadir la represión del régimen Stalinista, que veía, en la ciudad de Lenin, indicios de anti bolchevismo, riesgo de traición. Por ello, la NKVD del infame Lavrenti Beria, persiguió implacable cualquier muestra de lo que ellos consideraban comportamiento subversivo.

Tras una primera parte en la que Jones nos relata el avance alemán sobre la ciudad y sus planes, así como la desastrosa defensa de la ciudad por parte de Voroshilov, “el mayor saco de mierda del ejército” (en palabras de Nikita Jrushov), el autor se centra sobre todo en el terrible invierno de 1941. Con un racionamiento de pan de hasta 125 gramos al día, la población civil se vio obligada a recurrir a casi cualquier cosa para sobrevivir. Animales, cuero de los cinturones, pegamento, las hojas de papel de los libros… el canibalismo.

En esa situación, Jones nos relata hechos horrendos realizados por gente corriente para poder llegar al día siguiente mientras sus dirigentes vivían el asedio con opulencia y los estómagos llenos. Los relatos en primera persona extraídos de diarios, muestran la crueldad humana pero, y esta es la lectura que hemos de sacar, están repletos de historias de altruismo extremo. Cuando compartir un trozo de pan con otra persona podía significar la muerte, cuando el simple hecho de ayudar a una mujer a levantarse de la calle podía acabar en la muerte de ambos, la gente de Leningrado resistió. Se apoyaron unos a otros, y fue ese deseo de ayudar, de no permanecer indiferente, lo que les permitió resistir.

No es fácil leer la historia de un niño que desea la muerte de sus padres para poder así hacerse con su ración de pan, ni conocer la historia de una mujer que al llegar a casa encontró a su madre con su nieta en la bañera vacía repitiendo “qué niña tan gordita, qué niña tan gordita”, pero es necesario.

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