martes, 15 de octubre de 2013

Gravity

Cuatro décadas y media han pasado desde que Kubrick abriera bocas y despertara los sentidos de los cinéfilos más vanguardistas y susceptibles con su Odisea. Un despertar que resultó más satisfactorio en última instancia y tras más de un digerimiento.

Alfonso Cuarón se  atreve con una nueva odisea, una más feroz y menos filosófica, más inmediata y menos trascendental, más comprensible si se abren bien los ojos y no tanto las bocas.

Si en 2001 el espacio emerge como un ser hermoso e imparcial, en Gravity  respira adquiriendo vida propia y tomando partido de una manera inexcrutable. Si antes era apacible e inalterable  ahora torna en peligroso.

Kubrick mostró en su "2001 una odisea en el espacio" una manera de entender el universo y la vida como un todo único y armonioso, como un ciclo inevitable en el que la providencia no deja lugar a la incertidumbre. Por contra Cuarón aunque a priori parece más despiadado, posibilita el don de la oportunidad al humano, le deja un resquicio, una última tabla de salvación que dependerá únicamente de sus facultades y habilidades tomar o no.

Gravity es un espectáculo hermoso y cruel en la misma medida,  le ofrece la posibilidad al  humano de estar lo más cerca del cielo físico que ha estado nunca, y nos recuerda que hay un lugar ahí arriba llamado universo que nos observa, alejado de guerras, corrupciones y envidias en la que la única ley que impera es la de su belleza, que la tierra es nuestra, que allá nosotros pero que allí  manda él.

Su factura es un regalo inmenso para la vista, las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías elevan el virtuosismo de una dirección soberbia que sabe lo que se trae entre manos. Las interpretaciones no desmerecen, carga un poco el doblaje de Bullock así que al ser posible intenten verla en versión original. Y sí, esta vez pónganse esas malditas gafas por que merece la pena de cojones.

viernes, 15 de marzo de 2013

 

Pese a tratarse de un libro editado originalmente en 1989, las condiciones económicas actuales, con la consecuente retahíla de libros sobre la crisis que se editan cada semana, han animado a la editorial Alienta a reeditar El Póquer del Mentiroso en un claro ejemplo de oportunismo empresarial. Nada malo por otra parte.

Por lo menos esta obra está escrita en primera persona por alguien que vivió desde el interior los acontecimientos que se narran en el libro y por tanto que sabe lo que dice, y no por un oportunista sabioncillo que gana y hace ganar dinero a base de vender obviedades (los que sigan el blog sabrán a quien me refiero).

Pues sí, Michael Lewis sabe de primera mano lo que cuenta. Lo sabe porque formó parte de uno de los bancos de inversión (tal vez, El Banco de Inversión) más importantes del Wall Street de los 80: Salomon Brothers.

Una época y un lugar, Wall Street, poblada de los llamados Tiburones, o yuppies. Elementos protagonistas en películas como Wall Street (Oliver Stone) o El informador (Ben Jounger). Niñatos avariciosos, cargados de testosterona y con un ego casi tan grande como la mayoría de personajes interpretados por Tom Cruise (¿que no?, repasemos: Cocktail, Top Gun, Algunos hombres buenos, Días de trueno, El color del dinero… más ego y explota).

Pues bien, Lewis nos confirma que en las entidades que comerciaban en los ochenta estaban pobladas de este tipo de niñatos, individuos que durante el curso de formación previo a ser contratados, se comportaban como paletos de instituto sentados en la última fila que soltaban chorradas y tiraban bolas de papel a los profesores. Gente sin experiencia, recién licenciada, dispuesta a comerse el mundo y a negociar con tu dinero para hacerse ricos ellos y al banco.

Pero los jefes tampoco eran mucho mejores, clanes cerrados de gordos italoamericanos, enfrentados con otros clanes de banqueros judíos. Todos ellos arrogantes, infantiles, despiadados. Gente experta en ganar dinero para el banco, y si es posible también para el cliente.

Lewis nos cuenta en nacimiento de productos como los bonos hipotecarios, las deslealtades de los negociadores del banco, cómo se “vendía” a los clientes para que ellos asumiesen la pérdida de una inversión en lugar del banco…

En definitiva, una pequeña ventana a un mundo sórdido basado en la especulación que tan familiar nos es hoy en día.

martes, 12 de febrero de 2013

Las expectativas son máximas a la hora de entrar en una sala para ver algo que Steven Spielberg llevaba barruntando media vida.

Cuando llevas algo tan dentro y durante tanto tiempo, y cuando tienes lo que tienes que tener para sacarlo, lo más probable es que se plasme en algo grande. Lincoln lo es, pero no lo es de la manera que uno esperaba que lo fuera, lo es desde la pequeñez, desde la perspectiva hipercercana a alguien que trascendió de una manera superlativa.

No le tiembla el pulso a Spielberg ante tamaña osadía, a decir verdad no esperaba que le ocurriera. Pero si reconozco que temía el enfoque edulcorado, fácil y tontorrón de " War horse" (2011) para con Lincoln, pues bien ni mucho menos. Uno espera a un John Williams cargante hasta el extremo,  primeros planos imposibles, discursos megalómanos, miradas perdidas melancólicas o testosterona inteligente a rabiar, y lo que se encuentra es una obra de artesanía fisiológica y política magna.

Un verdadero seminario sobre los avatares por los que tuvo que transitarla superdotada y serena mente, del decimosexto presidente de los Estados Unidos de América. Y de como esa mente fatigada y perseguida por las oscuras sombras del pasado, o por los pasos constantes de la soledad que inevitablemente provocaba su brillantez, tuvo la capacidad de sobreponerse y de mirar de frente a un presente que se esforzaba por darle la espalda, para iluminar un futuro para el que estaba hecho a medida.

Todo es virtuoso en Lincoln, nada sobra y nada falta. El reparto es brillante, Tommy lee Jones destaca, pero Spader y Sally Field no desmerecen. De Day-Lewis poco queda por decir, juzguen por si mismos. El Guión de Tony Kushner trabajadísimo, y me da en la nariz que no le ha debido resultar sencillo.

Tampoco lo es para nosotros su visionado, es una película que solo es disfrutable al 100%, si has tenido la paciencia o el tiempo necesario para dedicarle alguna hora al estudio de la situación social y política de la América de 1865.

Una gran epopeya americana que nos devuelve al mejor Spielberg, un acercamiento necesario a un ser brillante e inolvidable, a un político de los que ya no quedan.

sábado, 5 de enero de 2013

Con gran respeto y prudencia, se acerca un servidor a su cita con los mundos descritos por J.R.R. Tolkien, hace poco más de 75 años.

Digo respeto por que no voy a  ser yo quien se ponga a juzgar, alabar o defenestrar a un autor clave para comprender la literatura fantástica de mediados del siglo XX. Lo primero por desconocimiento, me he leído retazos de sus libros, no por que en ellos encontrara falta de calidad diversión o enganche, simplemente por que nunca he sabido encontrar el momento.

Lo que si que puedo afirmar con seguridad meridiana, es que es muy probable que si sus libros no hubieran sido leídos, por personas del tipo de George Lucas, Steven Spielberg y demás compañeros de fatigas, los caminos presentes y futuros del cine fantástico y de aventuras, serían otros. Mejores o peores no lo se, otros seguro.

Digo prudencia por que después de los nueves años que distan ya del estreno de "El retorno del rey", aún conservo en mi interior la sensación de fatiga y de cansancio con la que acabé su visionado. Reconociendo su valía, perfección y escrupulosa factura técnica, no puedo evitar sentirme saciado de Orcos, enanos, elfos, magos y demás familia de la Tierra Media al recordarla.

Si "El Hobbit" me parece  un acierto maravilloso, no lo es ya por su poderío visual que también. Lo es por su inesperadamente novedosa mudanza conceptual. Su propósito de despojarle del exceso de manicura sentimental, de añadirle el grado justo de inocencia infantil y jovial necesaria, para convertirte inevitablemente en un habitante más de ese mundo mágico y peligroso, resulta realmente gratificante.

Dudo bastante que Guillermo del Toro consiguiera esos grados de desdramatización desenfadada y valiente. Ese nivel solo puede ser alcanzado por alguien que se ha dejado la sangre en ello anteriormente, y al que no le importe una mierda perder una batalla, por que se sabe ganador de la guerra. Ese alguien se llama Peter Jackson y la magia está de su lado. Disfruten.

Hasta otra.

 

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