jueves, 17 de noviembre de 2011

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Con una sonrisa de oreja a oreja, y con un brillo singular en la mirada, se encamina uno hacia el vehículo que le transportará al  mundo que "no" habitan Tintín, Milú y el borrachín simpático de Haddock.

Después de pasarnos unos 110 minutos volando por encima de todo tipo de escenarios, pegarnos con una generosa cantidad de malhechores, y navegando en botes salvavidas hacia desiertos asesinos, una sensación de admiración y sorpresa se apodera de servidor, cuando cae en la cuenta de que es un señor a punto de cumplir los 65 años, quien a pesar de haberlo hecho todo en su profesión, de convertirse en símbolo y líder de una antigua generación de jóvenes directores, alumbre  este magistral, excitante y diferente proyecto.

Una pieza elaborada con un innegable cariño, y sentido de la fidelidad. Algunos de sus planos se guardaran a perpetuidad en la memoria cinéfila,  aunque tal vez deberían exponerse en el Louvre. Con un sentido del ritmo prodigioso, tal vez sea la sobriedad de los diálogos, en contra punto con la espectacularidad de sus escenas, la que le otorgue ese grado de fascinación único en su especie.

Puede ser que la ausencia de aristas, y el carácter ambiguo de su protagonista, arrastre consigo una falta de pasión y compromiso en el tratamiento del personaje. Pero hasta para eso surge Haddock como antídoto, que emerge sin tregua para conseguir elevarse por encima del joven aventurero.

Andy Serkis se vuelve a salir, otro trabajo monumental el de este señor, que ya empieza a pedir a gritos, un lugar privilegiado en la historia del cine. El objetivo está en recuperar a Tintín, en dotarle de magnetismo y grandeza. Por ahí puede profundizar Peter Jackson, que dirigirá las secuelas. Ese será su reto.

Sí, damas y caballeros así lo pintó Hergé, así lo reveló Spielberg.

Hasta otra.

domingo, 13 de noviembre de 2011

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Coincidiendo con mi reciente visita a tierras danesas, me llevé de viaje Departamento Q como libro de noche, primera entrega de la saga del escritor danés Jussi Adler-Olsen.

Esta primera entrega de la serie cuenta con varios ingredientes clásicos del género policiaco. El inspector Carl Morck vuelve al trabajo tras recuperarse de las heridas sufridas en un incidente en el que sus dos compañeros resultaron, muerto uno y gravemente herido otro. A su regreso la desconfianza de sus superiores le aparta a un nuevo departamento creado para quitárselo de en medio.

El Departamento Q ha sido creado, oficialmente, para resolver casos antiguos aún pendientes que necesitan especial atención. Para ello, Morck es “confinado” en los sótanos junto con un ayudante aparentemente inoperante, al más puro primera temporada de The Wire.

Morck decide, por azar, ocuparse del caso de la desaparición y casi segura muerte de Merete Lynggaard, una joven y prometedora política.

La historia nos en narrada en dos tiempos distintos. Por un lado desde el presente, siguiendo las pesquisas  Morck y su ayudante. Y por otro desde el pasado, conociendo poco a poco lo que le sucedió a Merete. Con ese estilo narrativo, el interés en la historia va creciendo capítulo tras capítulo.

Si anteriormente comentaba que en algún aspecto me recordó a The Wire, hay otras  obras de la gran pantalla de las que me acordé leyendo la novela, como Old Boy o Saw. No voy a desvelar nada más al respecto para no descubrir nada a posibles lectores.

En resumen, una novela policiaca al uso con bastantes de los ingredientes típicos del género, y una trama que lejos de decaer con el trascurso de las páginas como pasa en otras obras, aquí sube constantemente y nos mantiene pegados hasta el final.

A buen seguro que me leeré el siguiente capítulo de la serie.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

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Me resulta interesante a la par que lógico y curioso, el como las circunstancias, tanto económicas como sociales del tiempo presente, pueden afectar y moldear, no solo la elección de los proyectos, sino también la manera de afrontarlos,  de un director para el que las formas refinadas y contemporáneas, no están nada reñidas con los saltos mortales sin red, ya habituales en su interesante filmografía.

Su polivalencia es absoluta. Pero no se advierte un interés puramente comercial en sus empresas, aunque entiendo que ese refinado estilo, y sus maneras en ocasiones tan de videoclip, nos pueden llevar a engaño.

Si en Traffic (2000) se perciben unos ecos de lo que estaba por llegar con The Wire, la trilogía de Ocean’s acaba por tornarse en el paradigma cinematográfico perfecto de principios del siglo XXI, donde la superficialidad, apariencia y el exceso son el denominador común de una época de bonanza económica, que con el tiempo se antojaría caduca e irreal.

Nada hay de opulento ni excesivo en Contagio, pese a lo que su excelso reparto, repleto de varias de las estrellas del momento, nos sugiere.

La sobriedad en la dirección de Soderbergh y la ausencia de pirotecnias, miradas perdidas y demás familia propias de estos géneros, se antoja decisiva a la hora de otorgarle  el empaque y la seriedad necesaria a este certero film.

La maestría en el tratamiento de la incertidumbre, muy propia de estos tiempos, derivada de la propagación de un virus alarmantemente peligroso, y la dosis de gravedad precisa en cada uno de los actores, consiguen proporcionarle una credibilidad merecida.

Y como no, sin olvidarse de esa combinación maestra de música y movimiento, con fotografía modélica y desasosegante, que tan buenos réditos le acarrean al director norteamericano, y por las que merece la pena sentarse delante de una pantalla.

Un saludo.

 

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