martes, 7 de agosto de 2012

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La última entrega de la trilogía protagonizada por David Gurney sigue la trayectoria descendente que se iniciara con No abras los ojos.

Ya en un primer momento, resulta chocante la rapidez con la que Verdon ha escrito esta novela. Y es que las cosas buenas deben hacerse esperar, no por ser esta una regla no escrita con el fin de crear expectación sino porque lo bueno tarda en hacerse.

Parece una obra escrita a toda velocidad. Tal vez se quería aprovechar el tirón de las dos primeras entregas antes de que cayeran en el olvido. Tal vez Verdon quería quitarse de en medio su contrato de tres novelas con la editorial. No lo sé, tan sólo sé que esta novela es de largo la peor (alguno dirá menos buena) de las tres.

Tras una primera parte en la que se nos presenta la investigación, nos vemos inmersos en una gran cantidad de páginas donde no pasa absolutamente nada reseñable. Vueltas y más vueltas a lo mismo sin aportar nada a la historia, para al final y de forma apresurada asistir a un desenlace decepcionante (al menos para mi).

Se acabaron los acertijos y los escenarios imposibles para asistir perplejos a una retahíla de descripción de sentimientos y confrontaciones que nos hacen preguntarnos si el autor es el mismo que nos impactase con Se lo que estas pensando.

Desconozco aún si Verdon tiene pensado seguir escribiendo novela negra o se dedicará a disfrutar de su jubilación, pero deseo, si elige la primera opción, que retome la senda iniciado con su Opera Prima y se tome su tiempo, todo el que sea necesario para ofrecernos lo que esperábamos de en esta última.

Si eso sucede, la espera habrá merecido la pena.

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