martes, 7 de agosto de 2012

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La última entrega de la trilogía protagonizada por David Gurney sigue la trayectoria descendente que se iniciara con No abras los ojos.

Ya en un primer momento, resulta chocante la rapidez con la que Verdon ha escrito esta novela. Y es que las cosas buenas deben hacerse esperar, no por ser esta una regla no escrita con el fin de crear expectación sino porque lo bueno tarda en hacerse.

Parece una obra escrita a toda velocidad. Tal vez se quería aprovechar el tirón de las dos primeras entregas antes de que cayeran en el olvido. Tal vez Verdon quería quitarse de en medio su contrato de tres novelas con la editorial. No lo sé, tan sólo sé que esta novela es de largo la peor (alguno dirá menos buena) de las tres.

Tras una primera parte en la que se nos presenta la investigación, nos vemos inmersos en una gran cantidad de páginas donde no pasa absolutamente nada reseñable. Vueltas y más vueltas a lo mismo sin aportar nada a la historia, para al final y de forma apresurada asistir a un desenlace decepcionante (al menos para mi).

Se acabaron los acertijos y los escenarios imposibles para asistir perplejos a una retahíla de descripción de sentimientos y confrontaciones que nos hacen preguntarnos si el autor es el mismo que nos impactase con Se lo que estas pensando.

Desconozco aún si Verdon tiene pensado seguir escribiendo novela negra o se dedicará a disfrutar de su jubilación, pero deseo, si elige la primera opción, que retome la senda iniciado con su Opera Prima y se tome su tiempo, todo el que sea necesario para ofrecernos lo que esperábamos de en esta última.

Si eso sucede, la espera habrá merecido la pena.

sábado, 4 de agosto de 2012

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A pesar de reconocerme, como un ser con una moderada facilidad para sumergirme en la nostalgia, no dejo de reconocer el daño que esta puede ocasionar en las percepciones personales y a la hora de afrontar nuevas experiencias. Por eso, cuando entro en una sala de cine, procuro liberar mi mente tanto de viejas ataduras, como de nocivas predisposiciones, algo que cada vez consigo, por fortuna, con más frecuencia.

Considero un error  fatal, encarar el  visionado de cintas con 33 años de diferencia, con las mismas perspectivas, por mucho que su director sea el mismo, y el Modus Operandi esté irremediablemente influido. Sencillamente por que tú no eres el mismo.

Si dos años es una eternidad, treinta y tres son dieciséis eternidades y media, y en tantas eternidades cambian los objetivos, mentalidades, se descubren manuscritos, e incluso se inventan vacunas a enfermedades antaño devastadoras.

Lo que no cambia en "Prometheus", es la habilidad de Scott para crear ambientes tensos, ni su talento para la acción e imaginería visual. También su capacidad para construir películas, tan enérgicas como elegantes, sin llegar a caer en el exceso apabullante, resulta meritorio.

La facilidad con la que este señor, de casi 75 años, sigue pariendo escenas capaces de abordar sin escrúpulos, el imaginario cinéfilo popular, es cuanto menos pasmosa. También su a menudo acierto en la elección del reparto, le da un plus en cuanto a sostenibilidad de proyectos, Michael Fassbender lo hace aquí por si solo.

Si hay un pero es el guión, la falta de respuestas se sucede durante todo el film. Pero puede que Scott se guarde algún as en la manga. Allá por el 2015 si aún podemos lo sabremos.

Hasta otra.

 

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